Masculinidad y Diversidad Sexual
Este artículo analiza los aportes de los estudios de género, de las masculinidades y sobre diversidad sexual y cuestiona el modelo patriarcal hegemónico que reproduce las relaciones de poder basadas en un sistema de opresión-sumisión. Analiza cómo el patriarcado cruza tanto la construcción de las identidades masculinas, femeninas, heterosexuales y homosexuales, como las formas de relacionarse entre ellas; además, permite identificar los frenos culturales para la creación de sociedades sin discriminación, misoginia o homofobia.
Género y masculinidad
Los estudios sobre masculinidad han puesto sobre la mesa de discusión dos aspectos relevantes: el asunto del poder y el de las formas de construcción de la masculinidad que les permiten a los hombres ejercer ese poder. Es bien sabido el hecho de que la perspectiva de género se ha incorporado en el discurso “políticamente correcto” de hombres y mujeres, líderes políticos, empresarios, gobernantes, etcétera; también sabemos que este discurso no lleva aparejado una práctica que muestre la disposición de los hombres a renunciar a sus privilegios, o a un mejoramiento en la condición de las mujeres, particularmente de aquellas que se encuentran en situaciones de mayor desventaja.
No es difícil escuchar comentarios acerca de que los roles e identidades tradicionales de género han quedado en el pasado, que ahora la mujer sumisa y el hombre macho son parte de la historia. Es cierto que actualmente los hombres comienzan a asumir que no son y no pueden ser los responsables absolutos de la protección y manutención de la familia, que están más dispuestos a explorar y mostrar su sensibilidad, afectividad y emotividad; sin embargo, también las estadísticas muestran un incremento en los índices de violencia: la ejercida hacia las mujeres, el abuso sexual y físico contra menores, la pornografía dura, la pornografía infantil, la prostitución, los asesinatos a mujeres y homosexuales por condiciones de género, son ejemplos de que las cosas no están tan bien como se cree. La violencia de los hombres es un síntoma de las fallas del sistema patriarcal, un sistema que no está respondiendo en garantizar la posición superior de los hombres respecto de las mujeres, como lo señala María Jesús Izquierdo (1998).
Robert Connell (2003) señala que para entender la masculinidad necesitamos centrarnos en los procesos y relaciones a través de las cuales los hombres y las mujeres viven vidas ligadas al género. En este sentido, la masculinidad es un lugar en las relaciones de género, en las prácticas a través de las cuales los hombres y las mujeres ocupan ese espacio y los efectos de dichas prácticas en la experiencia corporal, la personalidad y la cultura. Es decir, estamos hablando de posiciones que establecen un orden en la vida social, basado en el sexo de las personas, pero que no se limita a los cuerpos; estamos hablando de procesos históricos y culturales que involucran al cuerpo y no de una serie fija de determinantes biológicos. El género es una práctica social que se refiere constantemente a los cuerpos y a lo que éstos hacen, pero no es una práctica social que se reduzca únicamente al cuerpo.
En este sentido, entiendo que la masculinidad da cuenta del sistema patriarcal, del poder que se ejerce de manera sistemática y estructural por el colectivo denominado “hombres”, por lo tanto marca también distinción entre el lugar de patriarca, este lugar social y estructural, y los hombres concretos de carne y hueso, que en condiciones específicas pueden usar o no ese traje de patriarcas. Por ello, cuando hablamos de masculinidad se puede hablar del poder de los hombres sobre las mujeres, del poder en las relaciones interpersonales, pero también del poder en las estructuras y organizaciones sociales, así como en las mujeres.
Analizar la dominación masculina requiere ver las formas en que está corporeizado el poder masculino en las estructuras, las dinámicas sociales y las condiciones en que los hombres concretos pueden ejercerlo, así como las formas en que las mujeres llegan a constituir un contrapoder a estas prácticas de dominación, o en otros casos ubicarse en el lugar del patriarca. Con ello no quiero decir que las mujeres no vivan una condición particular de subordinación al poder ejercido mayoritariamente por los hombres, sino que, al generalizar, se invisibilizan ejercicios concretos de poder de hombres y mujeres que dependen de sus condiciones sociales de clase, raza, orientación sexual, etcétera.
Si la masculinidad y los hombres no son la misma cosa, es importante cuestionar la idea de que el varón es el poseedor absoluto, el que concentra el poder global de la herencia del patriarcado, lo que excluye a las mujeres. Mujeres y hombres no estamos en una situación de subordinación o dominación absoluta, sino de resistencias, y quizá en el mejor de los casos de situaciones que permiten la negociación.
Para Guillermo Núñez (2003) hablar de masculinidades es referirse fundamentalmente al asunto de dominios simbólicos; lo masculino y lo femenino como dominios simbólicos, convenciones de sentido y políticas de sentido, luchas sociales a nivel de la significación y una herencia cultural. Núñez retoma a Bourdieu para señalar que estas políticas de sentido alrededor de lo masculino y lo femenino no son ajenas a la construcción de poderes simbólicos, de privilegios, de prestigios. Es decir, tales representaciones, significados, herencias sociales no son ajenas a las estructuras de poder, hay tecnologías de poder que construyen sujetos con determinadas características a partir de estos dominios simbólicos.
Sabemos que no es suficiente abordar la masculinidad exclusivamente desde el poder. Víctor Seidler (2003) afirma que una visión de la masculinidad exclusivamente como poder oscurece la posibilidad de comprender la experiencia de los hombres y en la medida en que no se comprende la experiencia de los hombres tampoco es posible producir transformaciones en sus relaciones cotidianas; que se debe trabajar tanto en lo personal terapéutico como en lo político público. Sin embargo, no se trata de imponer una visión universal del poder, pero sí se trata de abordar la masculinidad desde una perspectiva crítica y con el claro propósito de generar cambios en la situación de las mujeres y, finalmente, también en la de los hombres.
Si el género permite la conformación de sujetos sexuados mediante normas, símbolos, uso de espacios sociales, organización productiva y de la división sexual del trabajo, entonces se requiere identificar las distintas mediaciones o los recursos que posibilitan un mayor ejercicio de poder de los hombres sobre las mujeres, y entre los mismos hombres: los recursos como la autonomía, el acceso a los recursos económicos, el uso de espacios públicos, el empleo y distribución del tiempo, la construcción y uso del cuerpo, la sexualidad, entre otros aspectos.
Sabemos que hay múltiples formas en que los hombres viven su masculinidad, que hay diversas concepciones y formas de ser hombre, por ello se habla de masculinidades en plural, precisamente en la medida en que hay diferentes nociones sobre lo que significa ser masculino; pero el problema no radica en reconocer esta diversidad, el asunto está en el peso que tienen en la valoración o descalificación de unas sobre otras. Lo importante es rescatar cómo, de todas esas diversas formas de ser hombre, se comparte algo en común: lo que es común es el poder; los hombres no comparten de manera universal la situación de desigualdad que sí comparten las mujeres en el mundo: esa jerarquía implícita entre lo masculino y lo femenino.
No importa si te gusta el helado de vainilla o de fresa, o si eres vegetariano o prefieres carne roja, por qué debería importar si eres masculino o femenino; inexcusable es que se discrimine, abuse o violente por ser mujer o ser un hombre femenino y la gran disparidad entre quienes están del lado de lo dominante y quienes no.
Para dar cuenta de la diversidad de posibilidades de vivir la masculinidad y del ejercicio de poder que esta condición provee es necesario pensar: el poder teniendo en cuenta la relación entre poder, vida emocional y cuerpo; las distintas esferas donde se ejerce el poder; y el ejercicio de poder por hombres y por mujeres.
Es dentro de espacios y contextos específicos que se da una compleja y densa gama de relaciones de poder; en un determinado tipo de espacio podemos estar ejerciendo un cierto rol y ciertas cuotas de poder. La expresión e impacto del poder es diferencial, es contextualizado, es específico, y desde esa dimensión es que tendríamos que abordarlo. La articulación entre el género con otros ejes importantes, como la raza, la etnia, la clase social o la orientación sexual, matiza y da forma a diversas maneras de expresión del poder en los hombres en contextos socioculturales, históricos y personales específicos, por lo que es importante identificar y reconocer esa diversidad.
Por lo tanto, a mi entender, es fundamental considerar: el asunto del poder en los estudios sobre masculinidad; que la masculinidad y los hombres no es lo mismo; que la lucha del feminismo es en contra del patriarcado; que el poder no es exclusivo de los hombres, sino que también hay mujeres que adoptan el lugar del patriarca; y que hombres y mujeres participamos en la reproducción de la lógica de la llamada “dominación masculina”.
Publicado por DIVERSIDAD HUMANA: BARRANCABERME el febrero 10, 2010 a las 10:33am en RED POR LA IGUALDAD Y LA NO DISCRIMINACION
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