Querid@s amig@s,
Un criterio que l@s Editor@s de este espacio aplicamos para la selección de materiales es el interés y la pertinencia con el tema de masculinidades, más allá de los gustos o preferencias personales, en el afán de mantener el sentido colectivo del proyecto y promover el debate.
En esos términos les proponemos el siguiente material:
"En una época harto difícil para hablar con Dios aparecen fanáticos y ateos que te complican más la cosa. La cosa es un poco todo. La fe, la relación con Dios, con la Iglesia, con los curas y hasta con la gente del común.
Por estos días, y lo digo por experiencia propia y ajena, cuando intentamos de vez en cuando alguna aproximación expresiva con Dios estamos más cerca del reclamo imprecatorio que del agradecido o desinteresado rezo.
¿A qué viene este arranque casi místico? Viene a causa de un tropel de intentos que, es de suponer, serán vanos porque van contra lo que los hombres -y mujeres, ¡perdón!- creyeron y creen.
Para el caso, el ejemplo del insigne Stephen Hawking, científico inglés entorchado de galardones académicos, que ahora en su último libro presentado este mes -"The Grand Design"- ha salido a decretar sin más que "No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo ya que el Big-Bang es la consecuencia inevitable de las leyes de la Física". (Por si alguno no lo sabe, y para hacerlo sencillo: el Big-Bang es algo así como un "gran algo" que dio origen a las cosas, mares, tierras, plantas, animales y hombres. ¡Ah! Y a las mujeres también. Ese "gran algo", de última, equivale a Dios, pero adorado por los cientificistas).
LA MASCULINIDAD DE DIOS
Que este palo en la rueda lo ponga la Física, ¡vaya y pase! Es una consecuencia lógica de la soberbia de los sabiondos. Pero lo que llega al colmo es que otro planteo convulsivo provenga de una parte del clero.
Seguramente lo habrán leído -fue publicado en EL DIA esta semana-: la Iglesia Episcopal de Escocia salió, lisa y llanamente, a cuestionar la masculinidad de Dios. ¿Qué quéee?
¡No! No fue para tanto. Pero más o menos. Una orden emanada de los capitostes episcopales determinó que ya no puede mencionarse a Dios con las referencias bíblicas de "Todopoderoso", "El", "Señor" y otros apelativos. El dictamen intenta justificarse y señala que la medida "apunta a hacer de Dios una entidad más allá de todo género sexual. Y para eso -prosigue la monserga- habrá que usar una terminología más inclusiva que erradique toda forma de discriminación de género".
Y si bien estos curas escoceses no se meten propiamente con Dios, sí lo hacen con los epítetos que nos sirven para invocarlo: Señor, Creador, Todopoderoso, etc. Lo que es más o menos lo mismo.
Desahuciados, entonces, sentimos como nuestros y compartimos aquellos versos de Enrique Santos Discépolo:
"Aullando entre relámpagos, perdido en la tormenta de mi noche interminable. ¡Dios! busco tu nombre" (Tormenta, tango, 1939).
Adviértase que el poeta sabe que existe y está. Sólo quiere un nombre para convocar la ayuda de ese Dios al que ahora quieren emascular.
EL SEXO DE LOS ANGELES
Para evitar perder tiempo y energías en pavadas, muy que les pese a los feministas a ultranza, vale la pena recordar como de pasada lo que ocurrió "allá lejos y hace tiempo" con la cuestión del sexo de los ángeles.
Si bien al ser materializados en pinturas y esculturas estos espíritus habían asumido desde el fondo de la historia una morfología masculina, el hecho de que en ocasiones la Biblia manifestara alguna ambigüedad dejó abierta la puerta para la discusión.
Tanto duró y se extendió la polémica que, según la tradición, los encargados de la defensa de Constantinopla en vez de atender a lo urgente se prendieron en un empedernido forcejeo para definir si la cosa tenía que ser celeste o rosa. Lo que permitió a los turcos alzarse con el premio, tomar esa capital y voltear al Imperio Bizantino. Así se llamaba la colosal creación de Roma en el Oriente. Había perdurado más de mil años y se derrumbó en 1453.
Si nos atenemos a esta leyenda, el fenomenal Imperio cayó entonces por una Discusión Bizantina -de allí viene esta definición- sobre una nimiedad casi, como es la determinación del sexo de los ángeles.
Imaginemos qué puede pasar hoy y aquí si nos enfrascamos nada menos que en objetar la masculinidad de Dios, sólo por una cuestión de género, de pánico ante el feminismo reivindicativo o de la mar en coche.
¡Cruz Diablo!"
FUENTE: http://www.quilmespresente.com/notas.aspx?idn=274554&ffo=20100911
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