Presidentes feministas
Por Magdalena León T
Este titular no es una ironía o una ficción futurista. Hace pocas semanas, gente de todo el mundo escuchó decir a presidentes latinoamericanos que se sienten identificados con el feminismo, que no conciben una transformación estructural, un cambio socialista que no sea feminista. Los presidentes fueron Hugo Chávez y Rafael Correa, quienes junto a Fernando Lugo y Evo Morales compartieron un intercambio con dirigentes sociales e intelectuales, en el marco del Foro Social Mundial (Belém, 2009). Vale resaltar este hecho, verdaderamente significativo, en estos días del mes de las mujeres.
¿Cuán feministas pueden ser estos presidentes? ¿Cuánto, en verdad, han interiorizado de esas visiones y propuestas, las han hecho suyas y las aplican en su día a día de ejercicio del poder? La respuesta no es obvia, se necesitarían ‘más datos’ para ensayarla. Pero más allá de esa confirmación de autenticidad que muchas quisieran tener, desde un escepticismo quizá justificado, la declaración en sí misma es relevante por la intención y el compromiso que refleja y, ante todo, porque muestra que feminismo dejó de ser ‘mala palabra’ para, en los proyectos y búsquedas de cambio, reconocerse como uno de los pilares de una sociedad nueva, de una economía diferente, de otra América Latina.
No es, claro, una mutación espontánea o gratuita: de por medio está todo un universo de luchas, vidas entregadas, iniciativas en todos los terrenos impulsadas por las mujeres. Hemos llegado hasta aquí sumando acciones e ideas en todos los frentes, para que se nos abran espacios y derechos como seres humanos –algo tan básico-, para que se reconozca el machismo y el patriarcado como problemas de sociedad, para que se hagan visibles los múltiples aportes de las mujeres en el cuidado de la vida, en la preservación de saberes, en la creación y continuidad de lazos y prácticas sociales con lógicas constructivas, en los modos más humanos de hacer política.
También el tiempo decisivo que atravesamos pone su cuota para revalorizar el feminismo, pues temas largamente secundarizados por su feminización se han tornado estratégicos: la alimentación, que se formula con sus alcances de soberanía alimentaria; el cuidado y la reproducción de ciclos de vida humana y natural; el trabajo como base de la economía; las relaciones basadas en la reciprocidad, la solidaridad, la cooperación. Resulta imposible, así, no valorar las propuestas de una economía para la vida que se han gestado en el campo feminista.
Quienes estuvimos en ese encuentro de Belém, pudimos compartir esa sensación colectiva de que estamos de verdad en el siglo XXI –a veces lenguajes, políticas, acciones nos devuelven al XIX o antes y nos hacen dudar de los tiempos-, que estamos pisando firme en un camino de cambios, que en nuestro territorio se están produciendo revoluciones inéditas, sin que las apreciemos en su magnitud y significado.
Fueron unas pocas palabras, nunca antes pronunciadas por presidentes en América Latina –y quizá en el planeta-, que resumieron el espíritu de esta época que junta cosechas y nuevos desafíos, para avanzar en transformaciones que ya son una urgencia en la agenda de la humanidad.
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