TEATRO/CRÍTICA
Con muchos premios y elogios de la crítica como antesala, Lote 77, la ópera prima de Marcelo Mininno, seleccionada para el Fiba, desmenuza a conciencia la construcción social de la masculinidad.
Natalia Laube.
Por Natalia Laube 23.09.2009
Es poco probable que por estos días un espectador más o menos informado sobre el panorama teatral porteño –y con esto incluimos, por supuesto, al off, que supera siempre en cantidad y muchas veces en calidad a los espectáculos de la avenida Corrientes– compre una entrada de Lote 77 ingenuamente, como para probar suerte. Es más factible pensar que querrá verla porque la ópera prima de Marcelo Mininno es una de las obras seleccionadas del Festival Internacional de Buenos Aires, que comienza el mes que viene, o porque durante su primera temporada cosechó elogios de todo tipo: se llevó algunos premios Teatro del Mundo y un Florencio Sánchez, fue nominada a los Premios Trinidad Guevara y ganadora, además, de la Fiesta del Teatro, organizada por el Instituto Nacional de Teatro, lo que le dará la oportunidad de recorrer varias provincias durante este año y el que viene. Es, innegablemente, una buena carta de presentación –más aún tratándose de la primera obra de alguien que hasta el año pasado sólo había actuado–. Merecida, hay que decirlo, más allá de que los premios funcionen muchas veces como bolas de nieve que contagian y nublan la recepción: el de Mininno es un trabajo concienzudo que escarba en la construcción social de la masculinidad o, dicho más llanamente, en eso que hace que cualquier hombre se convierta en un “varón hecho y derecho”, con una mirada compleja y llena de capas, algo a lo que pocos dramaturgos de la joven guardia se animan o pocos saben hacer.
La historia se construye a partir de las anécdotas de López, De Andrea y Ferreiro –tres hombres distintos, tres historias personales y tres modos de ser varón que conforman heterogeneidad sin proponerse funcionar como totalidad–. El principio de la obra los encuentra en el mercado de Hacienda, donde está a punto de jugarse la suerte de muchos animales a partir de sus atributos: a algunos, elegidos como sementales, les espera una larga vida en la que su única misión será dar más vida; otros estarán destinados a servir de alimento para seres humanos una vez convertidos en vacío, lomo y mollejas. Con la masculinidad, sostiene Lote 77, pasaría algo parecido: hombre se nace, macho se hace. Y del éxito de esa construcción puede depender el destino. En la siguiente escena, De Andrea, Ferreiro y López se transportan a un baño público donde repasan una anécdota chiquita, cuyo interés reside en el patchwork de miradas: el fútbol, los mandatos del padre, el amor, la paternidad y el físico aparecen como temas recurrentes –incluso angustiantes–, con una franqueza que no siempre ofrecen las plumas masculinas. ¿Mujeres en el baño? Todo lo contrario: esta vez, les toca a los varones.
Por último, un permiso para la asociación libre: tanto narrativa como espacialmente, el dispositivo predominante de la escenografía (construida con objetos reales que alguna vez sirvieron a la actividad ganadera) es una canilla que escupe agua y empapa toda la escena. El agua –un componente fundamental para la vida y un sustantivo que define su género en relación al contexto, masculino cuando el artículo va adelante y femenino para todo lo demás– funciona como acertado símbolo de la búsqueda que encierra la puesta de Mininno: somos, demasiadas veces, lo que el alrededor quiere ver en nosotros.
FUENTE: http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=30057
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