"La distribución de tareas domésticas ha sido muy desigual y esto tiene consecuencias".
Francisco Aguayo
Los hombres y las mujeres se están preguntando cada vez más acerca de su rol en el espacio del hogar y familiar. Estas preguntas han traído nuevos arreglos de pareja y no pocas tensiones cuando se trata de negociar quién cuida, quién hace las tareas domésticas y quién trae el sustento. Hace algunas décadas, estas preguntas ni siquiera tenían espacio. La tradición "decía" que los hombres debían proveer y las mujeres cuidar a los hijos y resolver las tareas domésticas.
Este orden está cambiando. Las familias son más pequeñas, los matrimonios disminuyen, la maternidad y la paternidad se retrasan, muchas mujeres están actualmente en el mercado del trabajo. Si antes lo "esperable" era un modelo de roles complementarios en las parejas, hoy, en muchas familias, tanto el hombre como la mujer trabajan remuneradamente. Sin embargo, y como ha revelado el estudio de uso de tiempo realizado recientemente por el INE en
En las ciencias sociales, sabemos que la distribución de tareas domésticas ha sido muy desigual y que esto tiene consecuencias. Las mujeres tienen la ventaja de tener un mayor contacto con sus hijos e hijas; los hombres, en cambio, encuentran barreras para pasar más tiempo con ellos. Los hombres aún pueden desligarse de tareas que son consideradas más propias de las mujeres y para las cuales no fueron entrenados.
Esta distribución cultural de roles queda en evidencia con lo que ocurre tras una separación. El Código Civil entrega el cuidado de hijas e hijos a las mujeres por defecto. De los padres, se espera que 'visiten' y pongan plata. ¿Por qué cuando ocurre una separación el cuidado de los hijos no es definido en formato de custodia compartida entre la madre y el padre? El modelo tradicional introduce una injusticia muy grande: para hijas e hijos que tienen el derecho humano de tener un contacto frecuente con el padre y la madre; para las mujeres, que se ven obligadas a resolver solas los asuntos de crianza y con dificultades para trabajar; y para los hombres que encuentran barreas jurídicas y culturales para el ejercicio de su paternidad y se sienten considerados sólo en tanto proveedores.
Ahora bien, ¿por qué es relevante que este orden sea diferente? Desde el punto de vista de la paternidad, diversos estudios evidencian el positivo impacto en el desarrollo de hijos e hijas que tienen una presencia de calidad del padre. Cuando el padre ha estado presente durante la infancia, ese vínculo tiende a perdurar en el tiempo. Esos hijos tienen mejores resultados en indicadores nutricionales, académicos, cognitivos, de habilidades sociales, de salud física y de salud mental. Los adolescentes tienen mejor salud mental, menos problemas con alcohol y drogas y menos problemas con la ley. Asimismo, se ha estudiado el positivo impacto que tiene la presencia de padres sociales, como padrastros y abuelos, y también se ha evidenciado que, más importante que vivir en la misma casa, es tener un buen vínculo con los hijos, lo que es una buena noticia para padres separados que viven muchas veces con culpa.
¿Qué dimensiones habría que considerar para tener una paternidad más implicada?
-La relación con la madre: Si ambos padres son o no pareja, la coordinación, negociación, arreglos y acuerdos de cómo cuidar y quién va a cuidar en cada momento es fundamental.
-La relación con el trabajo: Hay algunos que permiten conciliar mejor con la familia. Hay otros, con largas jornadas, sin límites de horario, que dificultan tener tiempo para el espacio familiar o la paternidad.
-El cuidado de la propia salud: Para cuidar se requiere de un cierto grado de salud física y mental. Con altos niveles de estrés se hace más difícil disfrutar el vínculo con los hijos o tener la tranquilidad para "estar presente".
-A nivel de las políticas, se necesita promover la equidad de género en el mundo del trabajo y las responsabilidades compartidas en el espacio doméstico.
¿Qué condiciones necesitamos para que los hombres participen más como padres?
En primer lugar, mayor justicia de género en el mundo del trabajo remunerado, con mayor presencia femenina, con sueldos equivalentes y trabajos más protegidos. También políticas de conciliación trabajo y familia. Para cuidar, se requieren sueldos dignos y una buena calidad de vida en el hogar. Muchas veces, el trabajo y asuntos como el endeudamiento familiar dificultan dicha calidad. Se requiere además de políticas que promuevan la paternidad, como posnatales masculinos de varias semanas y políticas que promuevan las responsabilidades familiares compartidas entre hombres y mujeres, incluyendo las tareas domésticas.
En el plano familiar, se necesitan buenas relaciones con la pareja o ex pareja. Miles de niños no sufren por la "inestabilidad de tener dos casas", sino por el nivel de conflicto entre sus padres, sean o no pareja.
En el plano personal, es necesario un discurso proactivo hacia la paternidad junto con una traducción de ese discurso en prácticas cotidianas de cuidado y crianza. Se requiere también compartir las tareas domésticas con la madre, ámbito al cual los hombres han entrado escasamente, a diferencia de la paternidad, donde se observan cambios y algunos avances como su mayor presencia en el parto.
En el plano cultural, se precisa una mayor valoración del impacto de la participación de los hombres en tanto padres acompañada con una noción de tareas compartidas y un modelo de familia con roles más equitativos.
También de un reconocimiento de los padres sociales (padrastros, abuelos, etc.) y de los hombres en el cuidado sin importar el tipo de familia.
¿Qué de bueno pueden traer estos cambios? ¿Se amenaza a la familia como la entendemos tradicionalmente?
Los ejemplos noruego y sueco son interesantes. Han tenido políticas sistemáticas para promover roles compartidos entre hombres y mujeres y una participación efectiva de los padres. Algunos de los resultados: hijos que crecen con mejor salud mental; mujeres y hombres que reportan ser más felices y menor tasa de divorcio.
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