José Luis González nos envía una nota con el debate surgido por la publicación de los excelentes reportajes sobre el tema, los cuales ha tenido la gentileza de enviarnos previamente. ¡No dejen de leerlos!
TRIBUNA: MILAGROS PÉREZ OLIVA
Prostitución, una esclavitud no tan invisible
Un trabajo de investigación sobre el auge de las mafias que trafican
con mujeres abre un intenso debate sobre la legitimidad de publicar
anuncios de contactos
MILAGROS PÉREZ OLIVA 24/05/2009
Lo que venía siendo un goteo suave pero sistemático se ha convertido
en los últimos días en un chaparrón. Me refiero a las cartas de
lectores que consideran impropio de EL PAÍS publicar anuncios de
contactos sexuales. El diario publica una media de tres páginas
diarias de estos anuncios, a las que hay que añadir la última página
de El País Semanal, en la que aparece una estridente amalgama de
ofertas que abarca desde "los vídeos más calientes" a "intercambio de
parejas", "guapos gay" o "chicas con chicas", y hasta una "maestra del
dolor". En los últimos meses, esa página ha sido motivo de frecuentes
críticas. José Manuel Llovet, por ejemplo, dice no recordar "un
domingo sin leer El País Semanal desde que salió". Lo considera una
buena revista, pero no le parece aceptable que publique "anuncios
pornográficos". "Tengo hijos pequeños, y no me gusta que vean ese
contenido", dice. Macarena Pla es más expeditiva: "Tengo dos hijas, de
15 y 13 años. Cuando El País Semanal llega a mis manos, miro la
contraportada, y al comprobar que siguen anunciando pornografía, lo
tiro. Éste es el pobre boicot que puedo hacer". También Miguel
Martínez y Carmen Romero arrancan esa página para evitarle a su hija
de ocho años unas imágenes que en su opinión, como en la de Silvia
Llopis o Joaquima Utrera, son impropias de este diario.
La de estos lectores es una discrepancia desde la lealtad. Les gusta
EL PAÍS, lo consideran un buen periódico y se identifican con su línea
editorial, pero se sienten defraudados por algo que creen que no es
digno ni del diario ni de sus lectores
A partir del domingo, sin embargo, las críticas arreciaron. ¿Más
anuncios? No. Todo lo contrario. El detonante fue la publicación de
una excelente serie de reportajes de Mónica Ceberio y Álvaro de Cózar
que, bajo el título de La explotación sexual en España, mostraba los
horrores de la "esclavitud invisible" en que se ha convertido la
prostitución. Se trata de un trabajo de investigación para el que los
lectores no han escatimado elogios. Ése es el tipo de periodismo en
profundidad que esperan de nosotros. Pero precisamente por la
contundencia de la denuncia, su publicación puso de manifiesto lo que
muchos lectores consideran una contradicción: "Celebro que EL PAÍS
trate un tema tan delicado, injusto y doloroso", dice María José
Martínez Vial. "Sin embargo, me cuesta mucho entender que el mismo
periódico que denuncia la esclavitud de las mujeres dé cabida a
anuncios mucho más que denigrantes". "El mismo medio que hace la
denuncia trata a las mujeres como mercancía", añade, algo que también
suscribe Laura Cardenal. Esther de la Rosa pregunta: "¿Acaso no saben
que detrás de muchos de esos anuncios se encuentran las mismas mafias
a las que aluden los reportajes? ¿Acaso no es contradictorio escribir
sobre este drama invisible y lucrarse con él?". En parecidos términos
se expresan Carmen Baudín, Pedro Taracena, Damián Barranco o Selina
Blasco. "Tengan valor y sean consecuentes con su supuesta línea
editorial", concluye Luis Martín Cebollero.Éste es un viejo debate en
la Redacción de EL PAÍS. Y también en su Dirección. Por eso le he
pedido a Javier Moreno una explicación. El director ha delegado en el
subdirector Carlos Yárnoz, cuyo comentario refleja el estado de la
discusión interna: "La sociedad española no ha resuelto el debate
sobre la prostitución y el mundo que lo rodea. El Gobierno, por
ejemplo, ha renunciado a prohibirla o regularla, pese a las numerosas
comisiones o estudios que ha elaborado. Ojalá hubiera una
clarificación al respecto y, sin duda, el periódico cumpliría la ley
como lo ha hecho siempre", dice.
"Salvando las distancias obvias", añade, "es lo que ocurrió con la
publicidad del alcohol o del tabaco. Pero en este caso nos encontramos
con una situación de alegalidad y, antes de adoptar posiciones
prohibicionistas, también en la propia prensa debiera plantearse un
debate más profundo y no sólo testimonial. En nuestro propio periódico
existe esa discusión incipiente, que va creciendo poco a poco, y en su
momento tendremos que plantearlo más profundamente. Como hemos
planteado de manera amplia y rigurosa la serie de informaciones de
denuncia de la escandalosa explotación de la mujer, de la que los
medios apenas se han ocupado, y que surgió precisamente de una
conversación de la subdirectora Berna G. Harbour conmigo".
Puesto que las puertas parecen abiertas a una revisión, sería bueno
tener en cuenta que la realidad se está precipitando. Nuevos factores
han cambiado el paradigma y apremian para que se tomen decisiones
valientes. Ya no podemos seguir hablando de la prostitución como de
una actividad alegal, en la que alguien ofrece libremente servicios
sexuales. Como dice el reportaje, es una forma de esclavitud que no
para de crecer. Si el número de prostitutas se cuenta por cientos de
miles, si entre el 85% y el 90% son extranjeras y si una gran parte de
ellas, según los informes policiales, ejercen forzadas por amenazas y
agresiones que les hacen decir cosas como que su vida vale lo que vale
la deuda que tiene con su madame, no es difícil deducir que al otro
lado del teléfono que aparece en los anuncios que publicamos puede
haber un explotador sexual, y tal vez incluso un asesino.
La prostitución siempre se ha nutrido de la pobreza, pero esta nueva
esclavitud está ahora en manos de poderosas mafias internacionales,
cada vez más violentas, que trafican con mujeres, con armas y con
drogas. ¿Qué garantía tiene el diario de que esas atractivas chicas
que se ofrecen en sus páginas no son esclavas sexuales de esas mafias?
El que la prostitución no esté prohibida no significa que los medios
no tengamos responsabilidad. Y aquí entra en juego un nuevo factor a
considerar. Conforme la realidad se vuelve más cruda y más cruel,
también aumenta la sensibilidad social. Cada vez es más difícil mirar
hacia otro lado. Y la misma sensibilidad que lleva a muchas personas a
dejar de comprar zapatillas deportivas fabricadas por manos infantiles
o consumir perca del Nilo por la forma en que se pesca puede
considerar intolerable que haya discrepancia entre lo que un diario
proclama y lo que hace. Si muchas entidades financieras, empresas y
grandes multinacionales se han visto obligadas a acuñar términos como
banca ética, comercio justo o responsabilidad social de la empresa, es
porque cada vez hay más ciudadanos a los que no les da igual cómo se
consiguen los beneficios.
Ése es el signo de los tiempos que vienen, y ésa es la sensibilidad
que predomina entre los lectores que estos días me han llamado. ¿Son
estos lectores un reducto de fundamentalistas de lo políticamente
correcto? Valorarlo así podría ser un error. En todo caso, son los
periódicos españoles, con apenas cuatro excepciones, los que
constituyen un reducto muy alejado de lo que, en este asunto,
consideran buenas prácticas nuestros colegas europeos. Diarios como el
Frankfurter Allgemeine, Le Monde, Daily Telegraph o The Guardian no
publican este tipo de anuncios. De hecho, la mayor parte de los
diarios serios no los publican. The International Herald Tribune tomó
la decisión de suprimirlos en 2003 al considerar que mantenerlos era
incoherente con su línea editorial.
No quiero, queridos lectores, que por tratar de ser ponderada en mis
argumentaciones, crean que soy ambigua. Esta Defensora considera que
esos anuncios no deberían publicarse en este diario. Sé que se trata
de una muy vieja polémica y que los tiempos de crisis que vivimos no
son los más propicios para tomar una decisión de esta naturaleza. Pero
teniendo en cuenta que la vicepresidenta del Gobierno se ha mostrado
dispuesta a intervenir para que la prensa deje de publicar anuncios de
contactos, tal vez fuera buena idea acelerar el debate. Mejor dar
ejemplo, como hemos hecho otras veces, que actuar obligados. El
artículo 1.29 del Libro de Estilo nos proporciona una buena analogía:
"La línea editorial del periódico es contraria al fomento del boxeo, y
por ello renuncia a recoger noticias que contribuyan a su difusión".
Si esto forma parte de nuestros principios, con mucha más razón
debería figurar el de no contribuir con anuncios de contactos a una
actividad que, además de denigrar a las mujeres, las convierte en
esclavas."
FUENTE: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Prostitucion/esclavitud/invisible/elpepiopi/20090524elpepiopi_5/Tes
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