miércoles, 7 de enero de 2009

LOS HOMBRES: ¿DISPUESTOS A CAMBIAR? ¿NO TIENEN MÁS REMEDIO? ¿PODRÁN FRENAR EL CAMBIO? Enrique Gomáriz Moraga

LOS HOMBRES: ¿DISPUESTOS A CAMBIAR? ¿NO TIENEN MÁS REMEDIO?
¿PODRÁN FRENAR EL CAMBIO?
Enrique Gomáriz Moraga
El hecho de que la perspectiva género-inclusiva esté abriéndose camino progresivamente
guarda relación, entre otras cosas, con la existencia de sectores sociales que ya están
dispuestos a apoyarla; entre los cuales cabe destacar: a) el sector de hombres que está
preparado para corresponsabilizarse con el avance hacia la equidad de género, b) los
círculos que trabajan por este propósito desde el Estado, la sociedad civil y la
cooperación internacional, sin pertenecer directamente al movimiento organizado de
mujeres, c) el sector del movimiento feminista que está convencido de que el cambio
social no se plantea sólo para la mitad de población (las mujeres) y que hay que empezar
a pensar en cómo implementarlo para el conjunto de la sociedad.
La discusión sobre el desarrollo de la Democracia de Género siempre llega a un nudo
cuando se plantea el tema del cambio en los hombres. Existen al respecto distintas tesis,
que encuentran diferente grado de sintonía con los sectores antes señalados, aunque
también hay argumentos planteados por quienes no se sitúan desde esta perspectiva
inclusiva. Veamos la relación más frecuente de dichas tesis.
Los hombres dispuestos al cambio
Por comenzar con la más optimista, una proposición parte de la idea de que los hombres
ya están cambiando y van a continuar haciéndolo porque valóricamente o por interés
propio se dan cuenta progresivamente que el cambio hacia la equidad de género es
necesario. El propio interés reside en todo lo que tienen que ganar con un mayor balance
en las relaciones de género: mayor posibilidad de expresar sentimientos, mejor relación
con los hijos, más esperanza de vida, etc. Estas ventajas son indiscutibles, pero el
problema aparece cuando se consideran aisladamente, sin tomar en consideración las
desventajas, las cuales están referidas de una forma u otra a un factor crucial: el poder. En
general, los hombres hemos sido socializados para ser respecto de los otros (mujeres,
menores, ancianos, etc.) los “capitanes del barco”; sin que ello esté subordinado siquiera
al tamaño del barco. En efecto, si un hombre no consigue ser el jefe de una gran
institución, pero sigue siendo “cabeza de familia”, continúa cumpliendo con esa parte de
su mandato genérico.
Así, un hombre puede llegar a ver las ventajas de la equidad de género, pero decidir al
final del día que no gozar de esas ventajas es el costo justo de quien es responsable de
detentar el poder. Ciertamente, eso no quiere decir que no hay grupos de hombres
incómodos con los mandatos masculinos y dispuestos al cambio. Pero tanto cuantitativa
como cualitativamente, es difícil imaginar un movimiento de hombres con una dimensión
o una dinámica semejante al que produjo el movimiento de mujeres. En términos de
proceso social, no hay muchos ejemplos en la historia de la humanidad de amplios
sectores que organicen un movimiento para abandonar el poder.
Es cierto que también hay sectores de hombres que integran la equidad de género como
una parte de su cuadro valórico a favor de la justicia social. Sobre todo en instituciones
que de una u otra forma trabajan con ese referente de justicia, esos hombres están ahí
dispuestos a la interlocución. Por eso es tan crucial que, sobre todo en esas
organizaciones, la temática de género no sea presentada como un asunto sólo de mujeres.
Simplemente, si se presenta así, se pierde la oportunidad de que sea la institución (y no
sólo las mujeres de esa institución) la que adquiera el compromiso por la equidad de
género.
Ahora bien, no parece conveniente hacer cálculos demasiado optimistas sobre la
dimensión de ese sector de hombres que, por interés o por valores, está dispuesto al
cambio. En Alemania se habló de que podría haber cerca de un tercio de hombres adultos
en esa disposición. Sin embargo, las encuestas que se conocen en materia de género,
especialmente las que (como se hizo en Costa Rica) relacionan declaraciones valóricas
con prácticas en el hogar, arrojan cifras bastante más reducidas, que se sitúan en torno a
un 12% de los hombres adultos (CMF, 1998). Desde luego, esa cifra sería considerable si
se tratara de hombres relacionados entre sí, pero esa no es la situación. Por eso es tan
importante la dimensión pública de la Democracia de Género: porque permite un clima
de opinión pública donde los hombres se puedan manifestar abiertamente y tomen
relación.
Pero quizás la confusión más grave es pensar que esa minoría de hombres dispuestos al
cambio, se encuentra en medio de una enorme masa amorfa de población masculina sin
orientación ni disposición en cualquier otro sentido. Desafortunadamente, tampoco eso es
así. En primer lugar, la gran cantidad de hombres que reproducen el sistema de género
pueden continuar haciéndolo, sin tener que imaginar necesariamente ninguna otra
orientación alternativa. Pero también hay que tomar en consideración la posibilidad de
que haya sectores de hombres dispuestos a organizarse para restañar las grietas del
sistema patriarcal (el movimiento Promise Keeper en Estados Unidos es una buena
muestra de ello).
No habrá más remedio que cambiar
Otras tesis sobre el cambio de los hombres no parten de esta visión optimista de que están
dispuestos a hacerlo. En sectores del movimiento feminista y de hombres profeministas
es frecuente encontrar la tesis de que, por diversas razones, los hombres no van a tener
más remedio que cambiar. Entre estas razones, es posible destacar tres: a) los hombres
cambiarán por efecto reflejo; b) van a cambiar a través del conflicto de géneros; c) no les
va a quedar otra alternativa, por cuanto la normativa, el consenso social y la situación
económica les va a obligar a ello.
La primera razón está conectada con aquellos sectores del feminismo que no tienen
ninguna preocupación por el cambio de los hombres, o que, en todo caso, consideran que
eso es un asunto de los propios hombres. “Las mujeres no vamos a llevar a los hombres
de la mano; ya tenemos bastante con nuestro propio cambio”, es el juicio más frecuente al
respecto. Ciertamente, esta perspectiva o bien ha abandonado la propuesta originaria
feminista de que el cambio es para el conjunto de la sociedad, o bien se inscribe en una
posición cómoda e irreal acerca de cómo implementar ese cambio. La idea de que el
cambio en las mujeres va a provocar -por efectos relacionales o reflejos- cambios
semejantes en los hombres es algo que no ha sucedido hasta ahora y no tiene que suceder
necesariamente en el futuro. Eso no significa pensar que el cambio en las mujeres no ha
tenido efecto alguno en los hombres o en el conjunto de la sociedad, pero no hay duda
alguna de que, durante décadas, tuvo efectos autónomos en la población femenina y
mucho menores en la masculina; así como que, más recientemente, cuando esos cambios
han comenzado a tener un impacto más amplio en el conjunto social, la respuesta de la
sociedad no ha sido precisamente la de integrar el cambio. De hecho, ahí están los
fenómenos del postfeminismo o del desencuentro entre los géneros, que significan un
estancamiento en el avance hacia la equidad de género, como fue examinado en
ocasiones anteriores (Gomáriz, 2000). La idea de que los cambios en las mujeres van a
producir “por goteo” cambios semejantes en los hombres, no es más realista que la tesis
neoliberal de que así se reduciría la pobreza, a partir del aumento de las ganancias del
gran capital.
Ahora bien, cuando no se produce la integración positiva, algunos sectores piensan que
ello no es trascendental, por cuanto el conflicto social también puede ser un vehículo de
cambio. Ciertamente, la historia muestra que el conflicto ha tenido en ocasiones ese
efecto positivo. No obstante, también indica que el conflicto ha tenido algunas veces el
efecto de la restauración conservadora, o, simplemente, que el conflicto se ha enquistado
o se ha transformado en una espiral sin fin (alguna lección deberíamos aprender del
conflicto de Oriente Medio). En realidad, el conflicto como vía para el cambio positivo
ha sido más frecuente cuando el sector opresor era una minoría social que oprimía a una
gran mayoría. Pero ese no es precisamente el escenario que refiere a la temática de
género, donde mujeres y hombres son por lo regular mitad y mitad.
En todo caso, se supone que el diseño de políticas para el cambio del conjunto social se
hace para facilitarlo, para evitar que tenga que pasar por una guerra de sexos, que traiga
más infelicidad a mujeres y hombres. Cualquier alternativa que busque la continuación
del avance hacia la equidad de género, evitando el escalamiento del conflicto, debería
llamar la atención de toda persona interesada en dicho cambio.
Una visión que no se basa necesariamente en el incremento del conflicto, pero sí en la
dimensión coercitiva del cambio, es la planteada por feministas y hombres profeministas.
En el debate sobre Democracia de Género, Judith Astelarra representa bastante bien esta
posición. En el ámbito del trabajo con hombres, Michael Kimmel ha enfatizado en una
reciente entrevista sobre el tema (que se reproduce aquí como apéndice).
La idea consiste en que el establecimiento del consenso social en torno a la equidad de
género y su efecto en el cuadro normativo, va a ir obligando a los hombres a cambiar
progresivamente sin más remedio. Y como afirma Kimmel, cualquier hombre consciente
preferirá el cambio progresivo a que le empujen hacia el cambio por la fuerza.
El problema que presenta esta tesis es doble. Por un lado, resuelve a priori el problema
que se plantea: da por sentado que la sociedad en general y los hombres en particular,
cuando los cambios en materia de género les afectan en serio, sólo pueden actuar
aceptando esa dinámica. Pero eso es precisamente lo que no está claro. En breve, los
avances en materia normativa no son ni tan extensos ni tan rotundos, como para que ya
esté resuelto el problema de lograr un amplio y verdadero consenso del conjunto de la
sociedad sobre la necesidad de cambiar la práctica social hacia la equidad de género.
Hay más alternativas
Por otro lado, esta tesis se basa en la creencia –un tanto inocente- de que efectivamente
los hombres no tienen otra alternativa en la práctica que aceptar el cambio.
Desafortunadamente, la realidad actual muestra que tienen otras opciones. Una de ellas
consiste en actuar en sentido contrario. Ya se ha evidenciado cómo los hombres son
capaces de organizarse, en movimiento numerosos (como los sucedidos en Estados
Unidos), o en pequeños grupos, para actuar contra el cambio en materia de género. Pero
también hay otros tipos de resistencia menos confrontacional y no menos efectiva, como
se refleja en los ámbitos religiosos, políticos y de los medios de comunicación,
especialmente en los países donde el clima postfeminista es más notable.
Otra alternativa al cambio que tienen los hombres es mucho más elemental: simplemente
caer en el comportamiento disfuncional. Como ha señalado Susan Faludi, en un contexto
social de pérdida de sentido, donde las mujeres se tornan complicadas o incluso
acusadoras, la respuesta de muchos hombres consiste en reunirse en grupos masculinos
autoreferentes y/o con mucha frecuencia violentos (Faludi, 2000). O bien optan por una
solución individual, que puede conducir al francotirador o al suicida. El film “El Club de
la Pelea” muestra dramáticamente esta tendencia.
Es importante prestar atención al hecho de que esta alternativa aparece con mucha
frecuencia entre las generaciones jóvenes. La idea de que los jóvenes vienen con
actitudes más proclives a la equidad de género no es más sólida que la que sostiene que
llegan con una cultura de justicia social o de espíritu comunitario. Ciertamente, han
tenido una socialización diferente, estando más acostumbrados a encontrar mujeres en los
espacios sociales, pero su actitud (y sobre todo sus emociones) son al respecto
ambivalentes y complejas. La toma de distancia respecto de las mujeres y la confusión
acerca de su nueva posición de género suelen ser las respuestas más comunes. Y, en ese
contexto, la conducta de riesgo puede asociarse sin dificultad.
En suma, si se quiere facilitar el cambio en los hombres no parece aconsejable dejarlos a
su suerte, o esperar que no tengan mas remedio, a través de una guerra de sexos, o bien
forzados por la normativa y la presión social. Todo indica que la actitud más razonable es
la planteada por la carta de los representantes alemanes a la Ministra Federal encargada
de las políticas de género: se necesita una nueva política que no se dirija sólo a las
mujeres sino al conjunto de la sociedad (Carta abierta, 2000).
Ahora bien, cabe regresar al punto de partida, para preguntarse –como lo hace buena
parte del feminismo- cual es la razón que hace tan importante esa preocupación por el
cambio de los hombres. La respuesta está dada por los argumentos que plantean los tres
sectores mencionados al principio, incluyendo el feminismo que mantiene la propuesta
feminista original de que el cambio en materia de género es para toda la sociedad. Por
decirlo en términos de Judith Astelarra: el sistema patriarcal ya se ha agrietado, pero para
que se produzca su derrumbe es necesario el cambio de los hombres (Astelarra, 2000). En
efecto, el cambio en las mujeres ha tenido un desarrollo propio durante al menos cuatro
décadas, pero ya se ha llegado a un punto en que ese cambio afecta directamente al
conjunto social y ello plantea necesariamente una encrucijada: ir hacia dos mundos
separados o bien integrar a todos en el cambio social. Y hemos visto que eso último no se
resuelve por si mismo, sino que es una cuestión política: ¿queremos o no una acción
política, una nueva estrategia, que favorezca la integración de todos en el avance hacia la
equidad de género? Esa es la pregunta y parece insoslayable, para todos los que
realmente se interesen en ese avance (y no solamente en lo que les suceda a las mujeres).
Ciertamente, eso supone nuevos retos, sobre todo para el movimiento feminista, pero
también para los que trabajan con hombres. Para el movimiento feminista supone el reto
de confrontarse con su propuesta original y, así, saber si esta dispuesto para un cambio
estratégico que les hace abandonar el cuarto propio (acción de mujeres, para mujeres) y
empujar el cambio global. Ello significa algo por lo que ya han pasado muchos
movimientos de liberación: pasar del papel de motor del cambio entre sus homólogos,
para convencer del cambio a los otros. Obviamente, eso ha significado con frecuencia
una división de tareas, que muchas veces se expresa en división de corrientes, o bien que
el movimiento de liberación sea capaz de dotarse de una perspectiva multidimensional,
sabiendo que el cambio de estrategia significa seguir potenciando el cambio entre sus
homólogos, al mismo tiempo que el convencimiento de los otros. Claro está, siempre
cabe la posibilidad de resistirse a los nuevos retos, seguir con la misma estrategia y así
hasta el infinito (o mucho antes hacia la implosión del movimiento).
Para los que trabajan con hombres también significa un nuevo desafío. En la anterior
estrategia, la acción operaba en mundos separados: las organizaciones de mujeres
actuaban con las mujeres, y los grupos de hombres convocaban a los hombres incómodos
con los mandatos de la masculinidad hegemónica. Desde luego, pronto se ha puesto en
evidencia la paradoja: que hay una fuerte demanda de una minoría de hombres que
necesitan apoyo o quieren revisar su identidad de género conjuntamente, pero que esto no
conduce a un movimiento social como el feminista y de mujeres. Ante esta situación, lo
que ha sucedido con frecuencia ha sido que los grupos de hombres no ven o no se
interesan en la dimensión política del cambio. Por eso es natural que, como Kimmel,
sigan operando con grupos de hombres, y asuman la idea de que el cambio general se va
a producir porque los hombres no tendrán más remedio. También entre ellos hay
resistencia a pensar en una nueva estrategia, que opere pública y políticamente con las
mujeres y con los hombres, a veces en espacios propios, pero con mucha frecuencia en
espacios sociales e institucionales mixtos, es decir, que operen en el ancho y complejo
mundo del conjunto de la especie humana.
Referencias
Centro Mujer y Familia/ FLACSO (1997) Encuesta Nacional sobre Masculinidad y
Paternidad Responsable en Costa Rica. CMF, Informe de resultados, San José.
Faludi, Susan (1999) Stiffed. The betrayal of the American Man, William Morrow and
Company, New York.
Astelarra, Judith (2000) “Autonomía y espacios de actuación conjunta”, en Gomáriz y
Meentzen Democracia de Género. Una propuesta para Mujeres y Hombres del Siglo
XXI, Fundacion Heinrich Boell/ GESO, San José.
Gomáriz, Enrique (2000) “Postfeminismo, conflicto de sexos o democracia de género: la
encrucijada del siglo XXI”, en Gomáriz y Meentzen Democracia de Género. Una
propuesta para Mujeres y Hombres del Siglo XXI, Fundacion Heinrich Boell/ GESO, San
José.
Carta abierta a la Ministra: Por la Democracia de Género, anexo en Gomáriz, Enrique
(2000) “Postfeminismo, conflicto de sexos o democracia de género: la encrucijada del
siglo XXI”, op.cit.

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